Las características de la ropa, las tradiciones de la indumentaria y del arreglo, constituyen las formas de originalidad más evidente, es decir, las más inmediatamente perceptibles de una sociedad.
Los
diversos tipos de sociedad se conocen, en primer lugar, a través del
vestido, por los reportajes y los documentos fotográficos y por las
películas cinematográficas. La pertenencia a un área cultural
determinada se manifiesta, frecuentemente, por las tradiciones
indumentarias de sus miembros. Por ejemplo, los turistas se fijan de
inmediato, en el velo con que se cubren las mujeres del mundo islámico.
Durante mucho tiempo se puede ignorar que un musulmán no consume carne
de cerdo ni bebidas alcohólicas, pero el velo de la mujer se muestra con
tal insistencia que, en general, es suficiente para caracterizar a la
sociedad musulmana.
En
el Occidente musulmán, el velo forma parte de las tradiciones del
vestuario de las sociedades nacionales tunecinas, argelina, marroquí y
libia. Para el turista, el velo caracteriza a la vez a la sociedad
argelina y a su componente femenino. Por el contrario, en el hombre
argelino podemos encontrar modificaciones regionales menores: fez en los
centros urbanos, turbantes y chilabas en el campo. El vestido masculino
admite cierto margen de variación, un mínimo de heterogeneidad. La
mujer, vista a través de su velo blanco, unifica la percepción que se
tiene de la sociedad femenino en Argelia.
Es
evidente que nos encontramos ante un uniforme que no tolera ninguna
modificación, ninguna variante. Hay un fenómeno que vale la pena
recordar. Durante la lucha del pueblo marroquí contra los colonialistas
españoles y franceses y, principalmente, en las ciudades, el velo negro
se impuso sobre el blanco. Al nivel de los sistemas de significación, es
importante subrayar que el negro nunca ha expresado duelo o aflicción
entre la sociedad musulmana marroquí. Significo una aptitud de lucha: la
adopción del negro respondía al deseo de presionar simbólicamente al
ocupante, por lo tanto de escoger sus propios símbolos.
El
velo o haik (versión magrebí del hiÿab o chador) define con precisión a
la sociedad argelina. Podemos quedar indecisos y perplejos ante una
niña, pero la incertidumbre desaparece en el momento de la pubertad. Con
el velo las cosas se precisan y ordenan. La mujer argelina es, a los
ojos del observador europeo, “la que se esconde detrás del velo”.
Veremos
que ese velo, uno de los elementos de la tradición global del atuendo
tradicional de los musulmanes, se convirtió en motivo de una batalla
grandiosa en ocasión de la cual las fuerzas de ocupación movilizaron sus
recursos más poderosos y diversos, y el colonizado desplegó una
sorprendente fuerza de inercia. La sociedad colonial, tomada en su
conjunto, con sus valores, sus líneas de fuerza y su filosofía,
reacciona de manera bastante homogénea frente al velo. Antes de 1954, y
más exactamente después de los años 1930-1935, se libró el combate
decisivo. Los responsables de la administración francesa en Argelia,
empeñados en la destrucción de la originalidad del pueblo, encargados
por el poder de intentar a cualquier precio la desintegración de las
formas de existencia susceptibles de evocar una realidad nacional,
aplicaron el máximo de sus esfuerzos para destruir la costumbre del
velo, interpretada para el caso como símbolo del status de la mujer
argelina. Esa posición no fue consecuencia de una intuición fortuita.
Con apoyo en los análisis de los sociólogos y etnólogos, los
especialistas en los llamados asuntos indígenas y los responsables de
las secciones árabes, coordinaron su trabajo. En un primer nivel, se
manipulo simple y llanamente la famosa fórmula: “conquistemos a las
mujeres y el resto se nos dará por añadidura”. Esta racionalización se
contenta simplemente con revestirse de una apariencia científica al
utilizar los “descubrimientos” de los sociólogos.
Entre
las “cosas incomprensibles” del mundo colonial, se mencionaba
frecuentemente el caso de la mujer argelina. Los estudios de sociólogos,
islamólogos y juristas, abundan en consideraciones sobre la mujer
argelina. Descrita a veces como esclava del hombre, o como soberana
incontestada del hogar, el status de la mujer argelina ha intrigado a
los teóricos. Otros, igualmente autorizados, afirman que la mujer
argelina “sueña con liberarse”, pero que un patriarcado retrógrado y
sanguinario se opone a ese deseo legítimo. La lectura de los últimos
debates de la Asamblea Nacional
Francesa indica la importancia que se atribuye al conocimiento
articulado del “problema”. La mayoría de quienes intervinieron en la
discusión evocó el drama de la argelina y reclamaron su solución.
Agregaron que este era el único medio de desarmar la rebelión. Es un
hecho constante que los intelectuales colonialistas transforman el
sistema colonial en un “caso sociológico”. Este país, se afirma, exigía,
solicitaba la conquista. Así, para invocar un ejemplo célebre, se ha
descrito un pretendido complejo de dependencia de Madagascar.
Se
dice que la mujer argelina es “inaccesible, ambivalente, con
ingredientes masoquistas”, y se aportan hechos concretos para demostrar
estas características. La verdad es que el estudio de un pueblo ocupado,
sometido militarmente a una dominación implacable, exige garantías que
sólo difícilmente se reúnen. No sólo se ha ocupado el suelo, los puertos
y los aeródromos. El colonialismo francés se ha instalado en el centro
mismo del individuo argelino y ha emprendido un trabajo sostenido de
“pulimento”, de divorcio de sí mismo, de mutilación racionalmente
perseguida.
No
existe la ocupación de la tierra junto a la independencia de las
personas, Es la totalidad del país, su historia, su pulso cotidiano los
que han sido negados, desfigurados, con la esperanza de una definitiva
anulación. En estas condiciones, la respiración del individuo es una
respiración que se espía, ocupada. Es una respiración de combate. A
partir de este momento, los valores reales de los ocupados pasan muy
pronto a existir clandestinamente. Frente al ocupante, el ocupado
aprende a esconder, a ser astuto. Al escándalo de la ocupación militar,
opone el escando del aislamiento. Es mentira todo encuentro del ocupado
con el ocupante.
Por
debajo de la organización patriarcal de la sociedad argelina, los
especialistas describen la estructura de un matriarcado. La sociedad
musulmana ha sido presentada frecuentemente por los occidentales como
una sociedad de la exterioridad, del formalismo, del personaje. La mujer
musulmana, intermediarias entre las fuerzas oscuras y el grupo, parece
entonces cobrar una importancia primordial. Detrás del patriarcado
visible y manifiesto, se afirma la existencia, más radical, de un
matriarcado de base. El papel de la mujer, el de la abuela, el de la
tía, el de la “anciana”, es inventariado y precisado.
En
aquel momento, la administración colonial pudo definir una doctrina
precisa: “si deseamos atacar a la sociedad argelina en su contexto más
profundo, en su capacidad de resistencia, debemos en primer termino
conquistar a las mujeres; es preciso que vayamos a buscarlas detrás del
velos en que se esconden, en las casas donde las oculta el hombre”. La
situación de la mujer es lo que desde aquel momento se convierte en un
objetivo de la acción. La administración dominante se propone defender
solamente a la mujer humillada, eliminada, enclaustrada... Se describen
las posibilidades inmensas de la mujer, desgraciadamente transformadas
por el hombre argelino en un objeto inerte, devaluado y hasta
deshumanizado. El comportamiento del argelino es denunciado
enérgicamente y comparados con las costumbres medievales y bárbaras. Con
una ciencia infinita, se lleva a cabo la requisitoria tipo contra el
argelino sádico y vampiro en su actitud hacia las mujeres. El ocupante
acumula sobre la vida familiar del argelino un conjunto de juicios,
apreciaciones y consideraciones; multiplica las anécdotas y los ejemplos
edificantes, intentando así encerrar al argelino en círculo de
culpabilidad.
Las
asociaciones de ayudas y solidaridad con las mujeres argelinas se
multiplican. Las lamentaciones se organizan. “Queremos avergonzar al
argelino por la suerte que le impone a la mujer”. Es el periodo de
efervescencia y puesta en práctica de una técnica de infiltración que
arroja jaurías de trabajadores sociales e impulsoras de obras de
beneficencia a los barrios musulmanes. Primero se intenta el abordaje de
las mujeres indigentes y hambrientas. A cada kilo de sémola
distribuida, se añade una dosis de indignación contra el velo y el
encierro. A la indignación siguen los consejos prácticos. Se invita a la
mujer argelina a jugar “un papel fundamental, capital” en la
transformación de su destino. Se las incita a rechazar una sujeción
religiosa y se describe el papel inmenso que están llamadas ha
desempeñar. La administración colonial invierte sumas importantes en ese
combate. Después de afirmar que la mujer represente el pivote de la
sociedad argelina, se despliegan todos los esfuerzos para controlarla.
Se asegura que el argelino permanecerá inmóvil, que resistirá a la
empresa de destrucción cultural llevada a cabo por el ocupante, que se
opondrá a la asimilación en tanto la mujer no modifique su conducta. En
el programa colonialista, la mujer esta encargada de la misión histórica
de desviar y empujar al hombre argelino. Convertir a la mujer, ganarla
para los valores extranjeros, arrancarla de su situación es a la vez
conquistar un poder real sobre el hombre y utilizar medios prácticos y
eficaces para destruir la cultura argelina.
Todavía
hoy, en 1959, el sueño de la domesticación total de la sociedad
argelina, con ayuda de las “mujeres sin velos y cómplices del ocupante”,
no ha dejado de preocupar a los responsables políticos de la
colonización. Los argelinos, por su parte, son blanco de las críticas de
sus camaradas europeos, o más oficialmente de sus patrones. No hay un
solo trabajador europeo que, en las relaciones interpersonales del lugar
del trabajo, del taller o la oficina, no le haya formulado al argelino
las cuestiones rituales: “¿tu mujer usa el velo? ¿Por qué no te decides a
vivir a la europea?...”
Los empresarios europeos no se contentan con la actitud interrogativa o
la infiltración circunstancial. Sino que emplean “maniobras de apache”
para acorralar al argelino, exigiéndole decisiones penosas. Con motivo
de una fiesta europea de Navidad o Año Nuevo, o simplemente una reunión
interior de la empresa, el patrón invita al empleado argelino y a su
mujer. La invitación no es colectiva. Cada argelino es llamado a la
oficina del director y se le invita personalmente a venir con “su
pequeña familia”. La empresa es una gran familia, entonces será mal
vista que algunos vengan sin sus esposas, ¿usted comprende no es
cierto?. A veces el argelino pasa por momentos difíciles frente a esta
presión. Acudir con su mujer significa que esta derrotado, significa
“prostituir a su mujer”, exhibirla, abandonar una modalidad de
resistencia. Por otro lado, ir solo significa negarse a satisfacer los
deseos del patrón y exponerse a quedarse sin empleo. Aquí estudiamos un
caso elegido al azar, el desarrollo de las emboscadas que el europeo le
tiende al argelino para acorralarlo y obligarlo a personalizar, a
declarar: “mi mujer es algo a parte y no vendrá”, o a traicionar:
“puesto que desea verla aquí estará”; el carácter sádico y perverso de
estas ligas y relaciones, mostraría indirectamente, al nivel
psicológico, la tragedia de la situación colonial, el enfrentamiento de
los dos sistemas, la epopeya de la sociedad colonizada con sus formas
específicas de existencia, frente a la hidra colonialista. Esta
agresividad es mucho más intensa respecto al intelectual argelino. El
fallah (el campesino argelino), “esclavo pasivo de un grupo rígido”,
merece cierta indulgencia de juicio por parte del conquistador. Por el
contrario, el abogado y el médico son denunciados con un vigor
excepcional. Estos intelectuales, que mantienen a sus mujeres en un
“estado de semiesclavitud”, se ven literalmente fulminados por la
opinión pública. La sociedad colonial se levanta enérgicamente contra
este aislamiento de la mujer argelino. Hay inquietud y preocupación por
esas desgraciadas y condenadas “a hacer niños”, enclaustradas y
prohibidas.
Los
racionamientos racistas se aplican con particular facilidad al
intelectual argelino. Se dirá: “por médico que sea sigue siendo
árabe”... “volvedle a su naturaleza y de nuevo galopará por el
desierto”... Los ejemplos de este racismo pueden multiplicarse
indefinidamente. En las grandes reuniones es muy común escuchas a algún
europeo que confiesa agriamente no haber visto jamás a la mujer de una
argelino a quien frecuenta hace veinte años. A un nivel de compresión
más difuso, pero altamente revelado, encontramos la afirmación amarga de
que “trabajamos en vano”... de que “el Islam no abandona su presa”.
Al
presentar al argelino como una presa que se disputan con igual
ferocidad el Islam y Francia occidental, se revelan con toda claridad
las intenciones del ocupante, su filosofía y política. Esto significa,
en efecto, que el ocupante descontento con sus fracasos, presenta de
manera simplificada y peyorativa el sistema de valores que le sirve al
ocupado para ocuparse a sus innumerables ofensivas. Lo que significa
voluntad de singularización, preocupación por mantener intactos algunos
jirones de la existencia nacional y religiosa, se identifica con
actitudes mágicas o fanáticas. Esta repulsa del conquistador asume,
según las circunstancias o los tipos de situación colonial, formas
originales. Las fuerzas de ocupación, al aplicar intensamente su acción
psicológica sobre el velo de la mujer musulmana, es evidente que
cosecharon algunos resultados. A veces ocurrió que se “salvara” una
mujer que, simbólicamente, se quitó el velo. Estas mujeres-test con el
rostro desnudo y el cuerpo libre, circulan ahora como moneda corriente
en la sociedad europea de Argelia. Alrededor de dichas mujeres reina una
atmósfera de iniciación. Los europeos, sobreexcitados por su victoria y
en una espacie de trance que se apodera de ellos, evocan los fenómenos
psicológicos de la conversión.
Los
responsables del poder, después de cada éxito, refuerzan su confianza
en la mujer argelina como soporte de la penetración occidental en la
sociedad autóctona. Cada velo que cae descubre a los colonialistas
horizontales hasta hoy prohibidos, y les muestra, por otra parte, la
carne argelina desnuda. La agresividad del ocupante, y por lo tanto sus
esperanzas, se multiplica después de cada rostro descubierto. Cada nueva
mujer argelina que abandona el velo anuncia al invasor una sociedad
argelina cuyo sistema de defensa están en vías de dislocación, abiertos y
desfondados. Cada velo que cae, cada cuerpo que se libera de la
sumisión tradicional al haik, cada rostro que se ofrece a la mirada
audaz e impaciente del ocupante, expresa negativamente que Argelia
empieza a renegar de sí misma y que acepta la violación del colonizador.
La sociedad argelina, con cada velo abandonado, parece aceptar el
ingreso a la escuela del amo y decidir la transformación de sus
costumbres bajo la dirección y el patrocinio del ocupante.
Hemos
visto de qué manera perciben el significado del velo la sociedad
colonial, y hemos trazado la dinámica de los esfuerzos para combatirlo
en tanto intuición, así como las resistencias de la sociedad colonizada.
Al nivel de individuo, del europeo particular, puede ser interesante
estudiar la multitud de reacciones surgidas por la existencia del velo,
es decir, por la manera original que tiene la mujer musulmana de estar
presente o ausente. En un europeo no comprometido directamente en esta
obra de conversión ¿que reacciones pueden registrarse?
La
actitud dominante parece ser la de un exotismo romántico fuertemente
teñido de sensualidad. En primer lugar, el velo disimula la belleza. En
los tranvías, en los trenes, una trenza de caballo, una porción de
frente, anunciadoras de un rostro “enloquecedor”, alimentan y refuerzan
la convicción del europeo en su actitud irracional: la mujer musulmana
es la reina de las mujeres. Sin embargo, también existe en el europeo la
cristalización de la agresividad, de una violencia tensa frente a la
mujer musulmana. Despojar de su velo a esta mujer es exhibir la belleza,
desnuda su secreto, rompe su resistencia, hacerla disponible para la
aventura. Ocultar su rostro significa disimular su secreto, provocar un
mundo de misterio y ocultamiento, el europeo sitúa en un nivel muy
complejo su relación con la mujer musulmana. Quisiera tener esa mujer a
su alcance y convertirla en un eventual objeto de posesión.
Esta
mujer que ve sin ser vista frustra al colonizador. No hay reciprocidad.
Ella no se exhibe, no se da, no se ofrece. El argelino, respecto a la
mujer argelina, tiene en conjunto una actitud clara. No la ve. Incluso
existe la voluntad permanente de no observar al perfil femenino, de no
poner atención a las mujeres. No hay en el argelino, en una calle o en
un camino, esta conducta del encuentro intersexual que se desarrolla a
nivel de la mirada, de la prestancia, de la musculatura, de los
diferentes comportamientos turbados a que nos tiene acostumbrados la
fenomenología del encuentro.
El
europeo, frente a la mujer musulmana, desea ver. Y reacciona de manera
agresiva ante este límite que se pone a su percepción. También aquí la
frustración y la agresividad evolucionan en perfecta armonía. La
agresividad estalla, ante todo, en actitudes estructuralmente
ambivalentes y en el material onírico que indiferentemente descubrimos
en el europeo normal o víctima de perturbaciones neuropáticas.
Las
mujeres europeas resuelven el conflicto con mucha menos preocupación.
Afirman perentoriamente que no se disimula lo que es bello, e
interpreten este hábito extraño como una voluntad “muy femenina” de
disimular las imperfecciones. Y comparan la estrategia de la europea que
tiene por objeto corregir, embellecer, poner de relieve (la estética,
el peinado, la moda) con la de la mujer musulmana, que prefiere cubrir,
esconder, cultivar la duda y el deseo del hombre.
La
historia de la conquista francesa en Argelia, se relata la irrupción de
las tropas en las ciudades, la confiscación de los bienes y la
violación de las mujeres, el saqueo de un país, ha contribuido al
nacimiento y a la cristalización de la misma imagen dinámica. La
evolución de la libertad que se concede al sadismo del conquistador, a
su erotismo, crea, al nivel de los estratos psicológicos del ocupante,
fallas, zonas fecundas de donde pueden surgir a la vez conductas
oníricas y en ciertos casos comportamientos criminales.
Así,
la violación de la mujer musulmana en el sueño de un europeo, está
precedida siempre por el desgarramiento del velo. Asistimos a una doble
desfloración. Cada vez que el europeo se encuentra a la mujer musulmana
en sus sueños eróticos, se manifiestan las particularidades de sus
relaciones con la sociedad colonizada. Sus sueños no se desenvuelven ni
en el mismo plan erótico, ni al mismo ritmo de los que se refieren a la
europea. Con la mujer musulmana, no hay conquista progresiva, revelación
recíproca, sino una acción súbita con el máximo de violencia, posesión,
violación, casi asesinato. El acto reviste una brutalidad y un sadismo
casi neurótico, incluso en el europeo normal. Por otra parte, la
brutalidad y el sadismo se subrayan por la actitud atemorizada de la
mujer musulmana. En el sueño, la mujer-victima grita, se debate como una
alimaña, y desfalleciente y desvanecida, es penetrada, desgarrada. La
agresividad del europeo se manifiesta igualmente en sus consideraciones
sobre la normalidad de la mujer musulmana. Su timidez y su reserva se
transforman, según las leyes superficiales de la psicología conflictiva,
en lo contrario, y entonces la mujer musulmana será la hipócrita,
perversa, y hasta auténticamente ninfómana.
Hemos
visto que la estrategia colonial de la disgregación de la sociedad
argelina, al nivel de los individuos, concede un lugar de privilegio a
la mujer musulmana. El encarnizamiento del colonialista, sus métodos de
lucha, es natural que provoquen en el colonizado actitudes de reacción.
Frente a la violencia del ocupante, el colonizado está obligado a
definir su posición de principio frente a un elemento tradicionalmente
inerte de la configuración cultural autóctona.
El
afán rabioso del colonialista por despojar de su velo a la mujer
musulmana, y su decisión de ganar a toda costa la victoria del velo,
provocan la respuesta del autóctono. Aquí, encontramos una de las leyes
de la sicología de la colonización. En un primer momento, la acción y
los proyectos del ocupante determinan los centros de resistencia en
torno a los cuales se organiza la voluntad de afirmación de un pueblo.
El
blanco era el negro. Pero es el negro quien crea la negritud. A la
defensiva colonialista sobre el velo. Lo que era un elemento
diferenciado en un conjunto homogéneo, adquiere un carácter tabú; la
actitud de las argelinas frente al velo se interprete como una actitud
global frente a la ocupación extranjera. El colonizado frente a la
acción del colonialista en tal y cual sector determinado, la afectividad
inversa del conquistador en su trabajo pedagógico, en sus ruegos, en
sus amenazas, dejen alrededor del elemento privilegiado un verdadero
universo de resistencia. Resistir al ocupante en este terreno preciso
significa infligirse una derrota espectacular, y sobre todo mantener la
“coexistencia” dentro de sus dimensiones de conflicto y guerra latente.
Es alimentar una atmósfera de paz armada.
La
argelina como sus hermanos, había montado minuciosamente los mecanismos
de defensa que le permiten hoy desempeñar un papel capital en la lucha
liberadora. Pero todavía será necesario aprender una nueva técnica:
llevar bajo el velo un objeto pesado, “muy peligroso de manipular”, y
dar la impresión de tener las manos libres, que no hay nada bajo el velo
sino una pobre mujer o una joven insignificante. No se trata sólo de
cubrirse con el velo. Es preciso adoptar un tal “aire de Fátima” que
tranquilice al soldado porque “esta no es capaz de hacer nada”. Es bien
difícil. Además, están los policías que interpelan a escasos metros una
mujer con velo que no parece particularmente sospechosa. Y está la
bomba; por la expresión patética del responsable sabemos que se trata de
eso, o de la bolsa de granadas, ligadas al cuerpo por un sistema de
cordones y correas. Porque las manos deben quedar libres, para
exhibirlas desnudas, para presentarlas humildes y sencillamente a los
militares para que no busquen más. Mostrar las manos vacías y
aparentemente móviles y libres es el signo que desarma al soldado
enemigo.
Ahora
bien, el invasor ha sido avisado y en las calles se presenta el cuadro
clásico de las mujeres argelinas detenidas contra los muros, sobre cuyos
cuerpos se deslizan incansablemente los famosos detectores magnéticos
llamados popularmente “sartenes”. Todas las mujeres con velo, todas las
argelinas son sospechosas. No hay discriminación. Es el período durante
el cual los hombres, las mujeres, los niños, todo el pueblo argelino
vive a la vez su unidad, su vocación nacional y el crisol de la nueva
sociedad argelina.
Ignorando
o simulando ignorar esta nueva conducta, el colonialismo francés
reinicia el 13 de mayo de 1959 su clásica campaña de occidentalización
de la mujer argelina. Muchachas del servicio doméstico amenazadas con
perder su trabajo, pobre mujeres arrancadas de sus hogares son
conducidas a la plaza pública y despojadas simbólicamente de sus velos
al grito de: “¡Viva Argelia francesa!”. Espontáneamente y sin consignas,
las mujeres argelinas, que desde hace tiempo abandonaron el velo,
vuelven a usar el haik, afirmando así que no es verdad que la mujer se
libera por una simple invitación de Francia y del general De Gaulle. El
colonialismo quiere que todo emane de él. Pero la tendencia psicológica
dominante del colonizador es la de endurecerse frente a cualquier
invitación del conquistador. Desde el 13 de mayo se vuelve a usar el
velo, pero definitivamente despojado de su dimensión exclusivamente
tradicional. Existe, por lo tanto, un dinamismo histórico del velo que
se percibe en forma muy concreta, en el desarrollo de la colonización de
Argelia. Al principio, el velo es un mecanismo de resistencia, pero
para el grupo social continúa fuertemente arraigado. Se usa por
tradición, pero también porque el ocupante quiere desvelar a Argelia. Lo
que había sido preocupación de conducir al fracaso las ofensivas
psicológicas o políticas del ocupante, se convierte en medio, en
instrumento. El velo ayuda a la argelina para responder a los nuevos
interrogantes planteados por la lucha.
El
amor ardiente de la mujer musulmana por su hogar no es una limitación
del universo. No es odio al sol, a las calles o a los espectáculos. No
es una fuga del mundo. En condiciones normales, debe existir una doble
corriente entre la familia y el conjunto social. El hogar funda la
verdad social, pero la sociedad autentifica y legitima a la familia. La
estructura colonial es la negación misma de esta recíproca
justificación. La mujer argelina, al restringirse, al elegir una forma
de existencia limitada en el espacio, afianzaba su conciencia de lucha y
se preparaba para el combate. En este encerrarse en el hogar,
acompañado de la negación de una estructura impuesta; este repliegue
sobre el núcleo fecundo que representa una existencia recogida pero
coherente, constituyó durante mucho tiempo la fuerza fundamental del
ocupado. Sólo la mujer, con ayudas de técnicas concientes, puede iniciar
la articulación de ciertos dispositivos. Lo esencial es que el ocupante
se estrelle contra un frente unificado. De ahí el carácter esclerótico
que debe resistir la tradición.
En
realidad, la efervescencia y el espíritu revolucionario son alimentados
en el hogar por la mujer musulmana. Y es que la guerra revolucionaria
no es una guerra de hombres. No es una guerra con fuerzas en activos y
con reservas. La guerra revolucionaria, tal como la lleva a cabo el
pueblo argelino, es una guerra total en la que la mujer no se limita a
tejer o a llorar a sus mártires. La mujer musulmana está en el corazón
del combate. Detenida, torturada, violada, abatida, es un testimonio
viviente de la violencia del ocupante y de su inhumanidad. Enfermera,
agente de enlace, combatiente; en cualquier caso es un testigo de la
profundidad y de la densidad de la lucha. El lugar de la mujer musulmana
en la sociedad argelina se afirma con tal vehemencia que es fácil
explicarse la turbación del ocupante. Sucede que la sociedad argelina no
es una sociedad sin mujeres que se había descrito tan minuciosamente en
Europa. A nuestro lado, nuestras hermanas musulmanas destruyen cada día
más los dispositivos enemigos y liquidan definitivamente las viejas
mitificaciones.
Sociología de una revolución, 1959, Era, México, 1968.